Entre el renacimiento y el barroco, el manierismo.

Entre el renacimiento y el barroco, el manierismo.
Il Bronzino es uno de los artistas que mejor han retratado la esencia del manierismo, en la corte de Cosimo I di Medici, en la Florencia del siglo XVI. Con el cuadro "Triunfo de Venus" no sólo avanza el estilo barroco, también define cinco siglos después, la estética de los textos que se pueden leer a continuación. Es una fuente de inspiración y alude a una vinculación de por vida con la ciudad más bella del mundo. Firenze.

sábado, 20 de noviembre de 2010

La vagabunda

“Yo les daba el desayuno todas las mañanas. Les limpiaba los morritos siempre parlanchines llenos de restos de cola cao, y les hacía callar mientras con la servilleta impoluta arrastraba la suciedad de la inocencia de sus labios. Y ¡cuanto me reía!, cuando como tartamudos, intentaban farfullar inconexas frases disparatadas que solo tenían sentido para su mundo infantil.
Si, yo les daba el desayuno y los vestía cuidadosamente metiéndoles las manitas del tamaño de una ciruela, en las mangas de los diminutos jerséis de lana, para luego mordisquear y babosear esas manos que asomaban traviesas. Y volvían a reírse. Y yo con ellos. La mayor tenía el jersey azul y la pequeña rojo.

Cuando subo al metro el terror del traqueteo se apodera de mí. Pero no me importa sentir miedo, deseo sentir miedo, simplemente porque es lo único que puedo dejarme sentir: El sonido hueco de la velocidad, el ensordecedor lamento de las vías, el viento sucio de los túneles, el olor rancio de las cabinas son un símil de mí.
Yo les daba el desayuno y los vestía, ahora me imagino que lo hago todas las mañanas. Salíamos nada más amanecer, descompuestos por el estrés inicial del vespertino ajetreo. Siempre corriendo cogidas una de cada brazo, arrastras contra la tramontana, llegábamos entre parloteos, risas, manotazos, toses mocosas, peleas de hermanos y reprimendas maternales. Me sentaba en los duros bancos de las marquesas de cualquier medio de transporte urbano -según el tiempo de retraso- abrazándolas para calentar sus cuerpecitos, y de paso, para evitar que corretearan por el borde de la acera, por el precipicio.
Pero ella, ella, siempre se escapaba mientras se desprendía de su bufanda minúscula, que iba a parar desterrada de su cuello a las vías. Yo soltaba la manita de la más pequeña, que era más tranquila, sabiendo que se quedaría quieta en el banco, hablando sola, con las piernas colgando, bamboleándose, construyendo ingeniosos edificios de cimientos carnosos con sus dedos, y yo, enloquecida iba en busca de la rebelde incauta. Compraba otra bufanda después de dejarlas en el colegio, y al ir a recogerlas se la ponía mientras me miraba con sonrisa picarona y ojos malvados y se echaba de nuevo a correr. Está era la estrategia perfecta para cambiar de color de bufanda todas las semanas. Nunca caí en que me tenía, en cierto modo controlada, enredada en sus juegos caprichosos, creía que la manejaba solo porque a veces me dejaba cogerla de la manita.
Yo les daba el desayuno, y las vestía todas las mañanas, ahora os veo pasar y os lo digo, en el punto exacto donde las perdí.
Yo les daba el desayuno todas las mañanas y las vestía todas las mañanas, ahora todas son ninguna.
Yo no soy esa a la que miráis. Estoy dándoles el desayuno y vistiéndolas todavía.”

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