sábado, 27 de noviembre de 2010
La vendedora
A mí nadie me habla porque huelo mal. Así que tengo que irme a las afueras con los que juegan a clavarse navajas. Ellos solo hacen cosas violentas, yo miro. Así que tampoco me aceptan entre ellos, porque tienen miedo a que les denuncie. A mí me da igual, voy por pasar el rato, en la distancia no me huelen, el olor de la sangre es más penetrante. Veo dos o tres cuchilladas en una mañana y me largo al descampado de los edificios nuevos que nunca terminan de construir. Para mi mejor, porque así duermo en la segunda planta, toda para mí.
Hace años me eché una novia rusa. Muy guapa, pero demasiado exigente. En realidad no era tan guapa, de belleza solo le quedaban los ojos azules, y ese rubio avejentado por las canas. Solía vender clínex en los vagones del metro. Porque ella pedir no pedía, vendía. Se iba por las mañanas a unos aseos públicos, se lavaba todo el cuerpo con jabón de manos y salía a trabajar hecha una princesa rusa…como la Karenina, rubia…muy rusa. Yo la acompañé un par de veces, sólo para mirarla. Me gustaba mucho mirarla.
Decía: (voz seria, como si fuera un discurso político grave) “Hola, buenos días, señoras y señores, buenos días y siento molestarles. Estoy aquí porque la necesidad me obliga a vender clínex. El dinero es para comer y buscar un sitio donde dormir. Son sólo 20 céntimos más la voluntad, les recuerdo que es para comer y dormir, y que son 20 céntimos más la voluntad. Siento molestarles, muchas gracias y que pasen un buen día.” Entonces, agarraba con la mano de la bolsa de clínex la barra del metro y con la otra iba recogiendo las ganancias. Casi nadie, reclamaba el paquete de clínex. Una vez antes de bajar de uno de los vagones de un metro, oí como una sra. le decía a la sra. del asiento de al lado después de rechazar el paquete “ ¡Uf! No, no, no lo quiero…a saber que llevará eso…”
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