En París el cielo es de ceniza mojada y huele siempre a
pollo asado a las ocho de la mañana. Él se despierta con un abrazo entre las
sábanas y nunca abre los ojos hasta que no le han besado. París es como una
película de Truffaut. Los amantes son esquivos, las calles nutridas de
chubasqueros y vendedores, en los cafés todos fuman, y las mujeres lucen una
triste mirada BOBO. Los hombres no aman a las mujeres como ellas quieren y las
mujeres sufren la carestía del sol en sus rostros. Pero París es tan fresca que
a veces se pasa mucho frío y los pies se calientan sólo cuando él llega de
trabajar a las 8. Entonces la mira bajo sus cabellos desordenados, largos,
confusos como algas del océano más oscuro, la mira con esos ojos castaños y
gatunos que de no decir nada parece que dicen algo misterioso, y sólo los cierra
cuando lo has besado. París es un beso lanzado al aire de bocas pequeñas
carnosas, llenas de erres, y eses suaves, contaminadas de tabaco y café, ensalivadas
de poses afectadas o de mala educación arrabalera. Si te descuidas se convierte
en Pickpocket: París es que te roben en un café y seguir bebiendo. A la una, pasado el medio día, la calle sigue oliendo a pollo asado. Ya no llueve pero la ceniza sigue
esparcida por el cielo como una acuarela. Mirando la buhardilla de la casa de
enfrente descubre como las gotas poco a poco se deslizan por la pizarra hasta
el abismo, la pisada del viandante en el charco es una muerte en grupo.
Comer en París es pescar en un mar con caña de bambú, a
veces comes, otras no, pero hacer el amor eso se hace todos los días se pesque o
no. Y si el cliché aparece, suena en cualquier momento un acordeón, no es extraño
escucharlo mientras él dice "Belle". Ese ambiente de feria con "subes y bajas" y
el olor a algodón de azúcar entre las
nalgas se esfuma rápido, unos instantes después ya es de día de nuevo, son las ocho, todavía huele a noche dentro. Fuera preparan el pollo asado.
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