Entre el renacimiento y el barroco, el manierismo.

Entre el renacimiento y el barroco, el manierismo.
Il Bronzino es uno de los artistas que mejor han retratado la esencia del manierismo, en la corte de Cosimo I di Medici, en la Florencia del siglo XVI. Con el cuadro "Triunfo de Venus" no sólo avanza el estilo barroco, también define cinco siglos después, la estética de los textos que se pueden leer a continuación. Es una fuente de inspiración y alude a una vinculación de por vida con la ciudad más bella del mundo. Firenze.

lunes, 29 de noviembre de 2010

La isla del amor incierto.



En un lugar donde el cielo y el mar forman bloques de hielo, vivía pegado a la helada de la inexpresividad MIU.
Tras atravesar el océano que componen los mares de los cinco suspiros: El mar del amor, el de la pasión, el de la compasión, el del desamor y el de la muerte, perdida entre el oleaje que provocaba la marea de los alientos desesperados, MICO llegó a la encrucijada. Venía de la parte tropical del mundo de los sueños rotos, donde las ilusiones a pesar de todo son cálidas y se bañan en tormentas de pasión, de desconcierto e incertidumbre.
Con los labios encorsetados tras una fina escarcha logró farfullar: ¿Hay alguien ahiiii?
Despertando del letargo egoísta de la vanidad y arropado por la soledad celosa, MIU, entre la indignación y la pereza gruñó: ¿Quién se atreve a tocar el muro claustrofóbico? ¿Quién invade y ensordece mi sueño?
MICO palideció y se congeló como un témpano de hielo, petrificada ante el grito permaneció hasta que MIU tocó su cara con el brazo de madera de boj y le devolvió algún candor a las mejillas.
Cuando recuperó el ímpetu necesario que la larga excursión a esa lejana tierra mermó, MIU, llevado por una hospitalidad hostil, le enseñó la guarida donde desde hacía años vivía con la soledad. No hablaron, no se miraron, permanecieron espalda contra espalda, acompasando la respiración durante un ciclo lunar. Durante ese tiempo inerte, MIU sintió una alegre tristeza, una dependencia humana hacia la compañera que tocó el muro de su soledad. La quiso, pero nunca se lo dijo, ni la miró, ni la rozó, no la amó, amándola con el dolor intenso del que nunca ha podido amar a nadie más que a sí mismo, y prueba por primera vez el sabor del dulce amargor de la preocupación por otro. MICO era fuego que, con el silencio y el callado sentir de su compañero, se apagaba, y la impotencia de la incomunicación incomodaba el espíritu jovial de la viajera, y para no sufrir trató de igualarse a él. Cada día hacía ejercicios de equivalencias para parecerse al ser inexpresivo del que tomaba actitudes, que supuestamente haría que los dos se convirtieran en un único: “Cuando dos puntos recorren el mismo espacio en un momento temporal de idénticas variables, moviéndose sobre múltiples ejes, es probable que choquen fusionándose durante un periodo no superior a lo que tarde uno de los dos puntos en encontrar otra órbita. Solo uno de los puntos, para la total integración y mejor acoplamiento adquirirá valores similares e incluso idénticos, obviando la composición inicial con la que nació, mientras que el otro punto mantendrá su carácter unitario. Así pues uno se convertirá en parte del otro, mientras que el otro lo llevará a la indefinición numérica, hasta que lo expulse por desmembración molecular, destruyendo al ser primigenio, que deberá si no quiere desaparecer en partículas inertes, recomponerse a través de un tiempo no definido.”
Pero la transformación era peligrosa, pues con el conflicto interior sufrido por el cambio, MICO dejo de ir acompasada en la respiración con MIU.
Él, que la amaba sin quererla y la necesitaba sin reclamarla, e impaciente por olvidarla, llamó a la soledad, que levantó a MICO con un soplo tempestuoso, la elevó hasta más allá del muro donde el mar y el cielo forman bloques de hielo.

Despertó en su barca. Mecida por el oleaje, se dejaba abandonar al sueño una y otra vez, creyendo que volvería a la tierra gélida de donde un día creyó haber estado, amando a un ser que creyó la había amado.
Pasados cien años, Mico encalló al anochecer en una isla de exuberante follaje. Su balsa carcomida por los xilófagos y por el tiempo avejentada, solo la hacía más interesante, pues se adivinaba que la sabiduría la había transformado en un algo que inspiraba serenidad y paz. Mico se sentó ágilmente mirando el oleaje, cuando notó la presencia de alguien que apoyaba su espalda contra la de ella. Recorriéndole un escalofrío solo similar al de la muerte, sintió la cálida caricia de una mano arrugada que dibujaba indescifrables símbolos, y que al finalizar la apretó guardando para siempre su significado en ella. Mico con su otra mano sacó de su bolsillo un tarrito y susurrante lanzó al viento:
Éste es el tarrito donde te guardo.
Mi amor por ti es tan grande que lo guardo en un bote pequeño, y de vez en cuando, en noches como ésta, lo saco de mi bolsillo y lo huelo.
Y el perfume es melancólico, incorruptible, blandito, de días de verano, de ardiente asfalto, de secano, de afrutado aceite, de noches de bochorno, y cuerpos enredados en sal.
Mi amor por ti fue tan breve que todavía me acosa la incertidumbre de la esperanza pendenciera, preguntándome porqué no lo dejaste crecer. Y el amor murió siendo feto. Y abortaste siendo yo su madre. Pero el hueco sigue ahí y me palpita y no me abandona en noches como esta, en la que el calor me recuerda a ti como una alucinación en un oasis, porque siendo frío yo lo recuerdo caliente.
Mi amor por ti fue tan profundo que nunca supiste que estaba ahí y cuando cogiste el bote salvavidas, te dije adiós dignamente con mi mano, y con la otra sostuve mi corazón helado.
Mi amor por ti es tan extraño como extraño he querido entender tu adiós, y escribo esto llena de otras experiencias que no han roto el tarrito donde te guardo.

Cuando la curiosidad le dió el impulso necesario para afrontar a su críptico acompañante, una ráfaga de aire seco le azotó la cara. La arena quemaba su arrugado rostro bronceado, y el remolino de aquel vendaval, le impedía visualizar con certeza la silueta que con paso liviano desaparecía entre las olas.
Tu tiempo está caduco, tu complacencia fue demasiada, y tu paciencia asfixiante. Vete, con la satisfacción de que tu amor por mi fue frustrado porque yo soy hielo, agua que se desliza entre tus dedos, inconstancia marchita. Vete. - Rugieron las olas.

El tarrito cayó al suelo como desprendido de la mano de un muerto. Mico enmudeció por dentro, miró con desdichada gravedad el recipiente donde toda su vida había conservado la ilusión, y después de golpearlo con una sola lágrima, cogió rumbo al sur.

Aquel tarro lleno se meció cuando la luna movió las aguas del mar esa misma noche. Pero antes de hundirse profundamente, la marea negra lo arrastró, hasta que al amanecer llegó a una zona oceánica de aguas claras. Allí se rompió por la fuerza de las corrientes, y se hundió. Al tocar el fondo oceánico la superficie marina tembló. Durante la noche, olas gigantes alcanzaban la luna, y el viento las atravesaba acuchillando paredes acuáticas de gran grosor. El agua parecía poseída por fuerzas superiores y la tierra que sostiene a los océanos gemía de dolor. Como en un parto las olas se abrieron y con el primer rayo de sol incipiente, despuntó el inicio de una formación rocosa. Durante años creció, y nadie sabe cómo, un día un marinero la atisbó pasada una tormenta. Observó con nostalgia la belleza de su forma, la monumental robustez y el verdor tropical de sus montículos que aludieron en su mente a la compañera, al amor que la esperaba abnegada en tierra. Recordó, las noches de confidencias, más allá de la pasión, recordó la caricia y el consuelo, el olor de su piel, el tacto de su mano, y susurrando, la bautizó: Esas dos colinas, como tú y yo, la una descansa sobre la otra.

La misma luna que acompañó al objeto de la esperanza de Mico, la iluminó a ella durante su travesía. Y mientras germinaba esa montaña que muchos años después el marinero bautizó, muchas fueron las aventuras, infortunios y hazañas que la rodearon. Quizás muchas en poco tiempo, o pocas en una dilatada vida.

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