El alcalde de la villa dio el discurso de inicio de la fiesta mayor cuando ya habían transcurrido 12 horas y se le había pasado la borrachera. El poder es una novia bien celosa, más que una novia son muchos amantes, difícil de no enloquecer manejando tantas pelotas en el aire. El talento del alcalde era el de artista circense ataviado con un apolillado traje a rayas. Las pelotas…andaban por ahí. En su día, cuando la arruga del exceso de mando todavía no le marcó el rostro, fue un aparente muchacho, con ojos claros y cabello poblado. Su madre una beata del pueblo hacía que dos costureras le bordaran los tres nombres en toda la ropa, igual que a sus siete hermanos y hermanas. A cada uno de los cuales se les casó el día de su mismo nacimiento, nada más saber el sexo. No hacía falta preguntar por el consentimiento de la otra familia, en el pueblo cualquiera hubiera estado encantado de contraer nupcias con esa familia. Tanto unos como otros eran esclavos del qué dirán y de las apariencias.
Los ciudadanos comían, bebían y charlaban de sus vecinos. Los festejos se limitaban a esta actividad, aderezada por las pantomimas de los mismos, así que el presupuesto invertido por la concejalía de cultura era escaso, por lo que ese mes podían cobrar más sueldo.
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