Hoy comienza Diario de la Rèncor.
Es sábado he vuelto a casa a las 10 de la mañana. Ni drogas ni alcohol ni sexo desenfrenado, han hecho que regrese a mi hogar compartido con "Rubeus Hagrid", la guardiana, simplemente una amiga necesitaba que la acompañara en el inicio de su obsesión por un breaker. La acompañé, hicimos Gyozas, y ensalada, y nos entró un sueño espantoso viendo Kika, de Pedro Almodovar.
Vuelvo de Vallecas como quien vuelve del pueblo cargada con regalos de diferentes casas. Me siento como una pequeña indigente burguesa. Me dan botas, bolsos, a veces comida, e incluso cepillos de dientes. No me siento herida en el orgullo ni mierdas de esas. Se que me dan cosas por generosidad, no por pena. Y si lo hacen por pena me da un poco igual.
He dormido como una reina en el sofá de casa de mi amiga. He desayunado como una marquesa, y he vuelto al centro en metro como una cualquiera. Ir de su casa al metro es vivir en todo su esplendor el Imperio Vallecano. Ver como despierta la Albufera cargada de negocios de manicura, panificadoras, tiendas de aparatos para el cabellos, y un montón de Zara's chinos. La Albufera son los Campos Eliseos de Vallecas que tienen su Arco de Triunfo a la altura de Portazgo donde luce el Estadio del Rayo Vallecano. Viva Vallecas, si señor.
Mi trayecto es desde Nueva Numancia hasta Tirso de Molina. Cargada con tres bolsas, encuentro asiento, son las 10 de la mañana. Un chico empolvado, por la cantidad de suciedad que lleva en toda su vestimenta acaba de sacarse un moco de la nariz. Me siento frente a él. Le he pillado y está tan ufano. Tendrá 19 años. No sé si va o vuelve.
Últimamente pienso mucho en la muerte cuando subo al metro. Me imagino a un loco sacando una pistola o inmolándose. No entro en pánico simplentemente lo barajo como una posibilidad, no es ha convertido en una obsesión solo que debemos vivir con esa incertidumbre. Paso E.T.A y llegan "los otros". Pero ese nefasto pensamiento esta mañana desaparece pronto. Entra en la parada de Puente de Vallecas un hombre de los que me gustan: Barbita, rasgos marcados, chupa... Yo estoy a cara lavada como el 80% de mis días. Le quito la cara por indiferencia. Una vez que exclamo para mis adentros "¡qué Mono!", me entra la pereza. Pienso en mi amiga, ilusionada por los besos de un chaval que tiene novia. Así que "Bye, bye chico mono!".
He llegado a Tirso de Molina, y desde que pasas las salidas giratorias empiezas a percibir el olor de la plaza. Pis. Tirso de Molina huele a Pis, con una mezcla de ambientador de tienda de ropa china. Pero el eau de pis es la base de la esencia. Vivir en el centro es grotesco. Es bello y horrible al mismo tiempo, Una eterna contradicción.
Ya he subido los cuatro pisos de mi casa. Cuatro que parecen seis. Cargada con la generosidad de mi familia Vallecana. Y dispuesta a pasar un día casero en el centro de Madrid, mientras escucho el tráfico incesante de la Calle Toledo.
Caja de cerillas
Diario de la Rèncor.
sábado, 22 de abril de 2017
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domingo, 24 de noviembre de 2013
Anna
Las risas enemigas
enroscan su lisa negrura, del lagrimal nacidas, muertas más allá de la
sien, maravilla de lo grotesco, echan raíces hacia el interior del cerebro, hacía el pensamiento,
hacia la oscuridad, reflejo de avistar con
demasiada precisión si se es miope, círculo cuando se une a los párpados, el ojo dentro del ojo.
Valle donde el látigo
despierta las bestias, y ruge suave la noche que
no acaba, al acecho que el sol
ciegue.
Amigas de la inteligencia, del pensamiento incierto, de las musas trasnochadas, y el ingenio.
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viernes, 13 de julio de 2012
Dans le chambre: Rue Faubourg- Saint- Denis
En París el cielo es de ceniza mojada y huele siempre a
pollo asado a las ocho de la mañana. Él se despierta con un abrazo entre las
sábanas y nunca abre los ojos hasta que no le han besado. París es como una
película de Truffaut. Los amantes son esquivos, las calles nutridas de
chubasqueros y vendedores, en los cafés todos fuman, y las mujeres lucen una
triste mirada BOBO. Los hombres no aman a las mujeres como ellas quieren y las
mujeres sufren la carestía del sol en sus rostros. Pero París es tan fresca que
a veces se pasa mucho frío y los pies se calientan sólo cuando él llega de
trabajar a las 8. Entonces la mira bajo sus cabellos desordenados, largos,
confusos como algas del océano más oscuro, la mira con esos ojos castaños y
gatunos que de no decir nada parece que dicen algo misterioso, y sólo los cierra
cuando lo has besado. París es un beso lanzado al aire de bocas pequeñas
carnosas, llenas de erres, y eses suaves, contaminadas de tabaco y café, ensalivadas
de poses afectadas o de mala educación arrabalera. Si te descuidas se convierte
en Pickpocket: París es que te roben en un café y seguir bebiendo. A la una, pasado el medio día, la calle sigue oliendo a pollo asado. Ya no llueve pero la ceniza sigue
esparcida por el cielo como una acuarela. Mirando la buhardilla de la casa de
enfrente descubre como las gotas poco a poco se deslizan por la pizarra hasta
el abismo, la pisada del viandante en el charco es una muerte en grupo.
Comer en París es pescar en un mar con caña de bambú, a
veces comes, otras no, pero hacer el amor eso se hace todos los días se pesque o
no. Y si el cliché aparece, suena en cualquier momento un acordeón, no es extraño
escucharlo mientras él dice "Belle". Ese ambiente de feria con "subes y bajas" y
el olor a algodón de azúcar entre las
nalgas se esfuma rápido, unos instantes después ya es de día de nuevo, son las ocho, todavía huele a noche dentro. Fuera preparan el pollo asado.
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Yann Tiersen
jueves, 19 de abril de 2012
El cuervo
Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”
¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.
Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”
Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.
Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.
Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!
De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.
Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”
Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”
Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”
Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”
Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir granzando: “Nunca más.”
En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!
Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”
“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”
“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”
“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”
Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!
Edgar Allan Poe
domingo, 8 de enero de 2012
Santa Bárbara bendita
La escuálida vela tiritaba de frío atormentada por
la incerteza de que en una ráfaga de ese viento tormentoso que enloquecía el pueblo, apagara su llama alargada.
La cogió del cajón
de la mesilla del cuarto de matrimonio, situada en el lado donde dormía
su difunto marido. Digo dormía, porque en casa todos sabían que murió allí, y
vive allí, en ese hueco que dejó insustituible e imperecedero. Noche si, noche también, alguna de sus hijas
o sobrinas llenaban con risas y parloteos, comidillas, peleas, o dolores de algún
mal físico, el hueco donde vivía el alma del difunto.
Entre el vendaval y el aguacero, un relámpago
furioso refulgía, sucedido del rugido del cielo. De pequeñas, su madre les
había enseñado a respetar las tormentas como el enfado de Dios, y les prohibía
cualquier tipo de jácara, cántico o risa. Mientras duraba la tormenta el silencio
solo podía ser roto por los gritos del mismísimo Dios, si no se hacia así, era
como interrumpir una reprimenda de tus progenitores, insultándolos, era un
sacrilegio, una blasfemia. Pero ellas continuaban sus juegos infantiles,
mientras todos reían interiormente conmovidos por esa inocencia ante la vida.
La viuda preguntó si querían que encendiese la
delgada vela. Todas gritaban: “Si, si y rezaremos, Santa Bárbara Bendita que en el cielo estás escrita con papel y agua
bendita, los moros llevan la piedra, los cristianos la cruz. Pater nostrem amén
Jesús.” Ella había dejado de creer en Dios hacia mucho tiempo, pero en este
caso la naturaleza atemorizaba a la razón científica y la exhortaba a cumplir
el ritual, pero sobre todo la animaban a cumplirlo las niñas.
La velita chisporroteaba. La corriente movía los
pensamientos, y todas en silencio, esperaban el final como quien espera la
muerte. La superstición se convirtió en milagro y nada más encenderla el rayo y
el trueno cesaron dejando todo el trabajo perturbador al sonido de la lluvia
chocando contra suelo, techos, toldos, y charcos. Se miraron instintivamente y
sonrieron aliviadas.
A veces consideramos que hemos perdido la fe en las
cosas y de repente un detalle, nos hace portadores de esperanzas encumbrando un
objeto, un recuerdo, para encomendarnos a él, para sentir la magia de una energía
que no sabemos si existe, pero por si acaso lo mantenemos ahí, al lado. En el
lado todavía caliente de la cama.
sábado, 26 de noviembre de 2011
18720
“A las 21.50 horas de
la fecha que he escrito con mi propia sangre y con un palo encontrado en la
oscuridad, en el suelo de hormigón de este lugar desconocido, he dejado de
pensar que vendrán a buscarme.
Me falta agua. Estoy
bebiendo de una gotera que extrañamente cae hacía arriba, un geiser raquítico,
una grieta terrestre que se ha debido de abrir con la caída del muro después
del choque.
He descubierto pasado
este tiempo que los dolores del impacto han empezado a despertar. De la cabeza
me brotan gotas espesas y el flujo que emana es más intenso incluso que el del
maldito geiser. He tratado de cubrir la herida con una tela, pero temo que está
llena de gasolina porque huele. También me duele el pecho de un modo punzante a
la altura del omoplato, no tiene buena pinta, lo intuyo. La respiración es
costosa y a ratos preferiría morir a aspirar aire. Sobre las extremidades no
hay signos evidentes de heridas graves. Eso es todo…otra vez pierdo...”
La puerta de la nave se abre dejando una fina línea de luz
que rápidamente escapa al cerrarla de golpe. Un desplazamiento como de raíles permite acercar un objeto alargado al cuerpo
tumbado del muchacho pero no logra rozarlo. Los raíles vuelven a movilizar el
objeto quirúrgico hacia la puerta.
“Tengo pérdidas constantes
del sentido y cuando despierto creo dormir en una cama de clavos, el dolor se
ha hecho mi compañero, tengo miedo de que cese, temo que signifique que estoy
muerto.
Lo curioso es que con
lo que sea que haya chocado, ha desaparecido. No he notado ninguna otra
presencia a parte de algún ratón e insectos terrestres. Se ha evaporado desde
hace 18720 horas. Lo sé porque a lo lejos he escuchado regularmente, 14 ecos de
sirenas, transcurridos en un periodo de tiempo que considero puede llegar a ser
un día completo. Y lo más importante, veo una luz, pero no me he llegado a fiar
porque podría ser eléctrica y tener un temporizador de horas laborales. Me
queda imaginación para poco, y quiero ser realista, sino me he muerto en todo
este paso de soledad con estos dolores y heridas, puede que ni las mismas sean
tan graves y que sobreviva. Si deja de atormentarme la sirena puede que
repliegue al estado de shock y consiga mover las articulaciones, quizás…pero
algo me dice que si lo hago no saldré de aquí. Es como si para estar vivo
tuviera que quedarme muy quieto…otra vez pierdo…”
-Lo he perdido. –Una voz compungida charla con otra persona
al otro lado de donde sea se encuentra el cuerpo del muchacho.
- Lo encontraremos, no puede andar lejos, el coche está
aquí. Al menos pudiste traerlo después del accidente. Lo encontraremos.
- Y si, se me cayó en otro sitio, en el supermercado o en
casa y lo ha cogido el perro. Temo haberlo matado. No debí guardarlo, no se
pueden retener así a las personas, debí dejarlo marchar.
- Era lo único que podías hacer iba a contarlo todo. No te
atormentes, el vivía bien.
-¿Vivía? ¡Dios! ¡No digas eso!
- Cálmate, quiero decir que es la única manera en la que
podíamos estar los tres juntos. Sin hacernos daño. Si nos quieres a los dos,
tenías que elegir en que convertir al otro. Y vive muy bien.
-¿Eso crees? ¡Te hubiera gustado ser tu el llavero?
-….no.
“oigo sus voces y
comprendo todo. Estoy debajo del coche de Elena. Mario intenta convencerla de
que me encontrará. Ahora soy consciente de lo que han hecho conmigo. “
El raíl vuelve a desplazar algo por el suelo. Es un fino
alambre que sostiene la mano de Mario que parece una tubería enorme para una
obra de ingeniería a los ojos del muchacho.
“Tengo fuerzas, me
desplazaré al otro extremo, no me volverán a coger. Pero la cabeza me pesa
tanto…sólo puedo moverme en círculos y mi cabeza es el centro. La arrastraré”.
domingo, 26 de junio de 2011
Empieza la fiesta
Llegó el día de las fiestas mayores del pueblo. De los pueblos aledaños se aproximaban hasta la mesa rectangular del beber hombres y mujeres, casados, solteros, viudos, con concubina o múltiples compañías a la vez. Todos los que poseían algún talento especial aprovechaban la plaza del pueblo, donde caían los geranios, y se marchitaban las begonias, para enmudecer a los paseantes. Miguel sonó sus melodías enamoradizas y las mujeres casadas querían dejar a sus maridos e incluso los maridos querían abrazarlo conservando a sus mujeres. Así durante el día entero, hasta que exhausto descansó bajo un naranjo.
El alcalde de la villa dio el discurso de inicio de la fiesta mayor cuando ya habían transcurrido 12 horas y se le había pasado la borrachera. El poder es una novia bien celosa, más que una novia son muchos amantes, difícil de no enloquecer manejando tantas pelotas en el aire. El talento del alcalde era el de artista circense ataviado con un apolillado traje a rayas. Las pelotas…andaban por ahí. En su día, cuando la arruga del exceso de mando todavía no le marcó el rostro, fue un aparente muchacho, con ojos claros y cabello poblado. Su madre una beata del pueblo hacía que dos costureras le bordaran los tres nombres en toda la ropa, igual que a sus siete hermanos y hermanas. A cada uno de los cuales se les casó el día de su mismo nacimiento, nada más saber el sexo. No hacía falta preguntar por el consentimiento de la otra familia, en el pueblo cualquiera hubiera estado encantado de contraer nupcias con esa familia. Tanto unos como otros eran esclavos del qué dirán y de las apariencias.
Los ciudadanos comían, bebían y charlaban de sus vecinos. Los festejos se limitaban a esta actividad, aderezada por las pantomimas de los mismos, así que el presupuesto invertido por la concejalía de cultura era escaso, por lo que ese mes podían cobrar más sueldo.
Berni pese a lo que uno pudiera pensar no cobraba bien esos días. La oferta era demasiada y como las mujeres gozaban de buen humor y de unos riñones fuertes para digerir bien el alcohol, satisfacían con ganas a sus enfervorecidos y veloces maridos. Así que también desplegaba todos sus talentos. A media mañana sólo vio a aquellos habituales, que ni ebrios tocan a sus mujeres. A las 4 de la tarde el calor apagó los excesos y el sueño se apoderó de todos, entonces Berni se paró a descansar en el naranjo donde ya no había nadie.
El alcalde de la villa dio el discurso de inicio de la fiesta mayor cuando ya habían transcurrido 12 horas y se le había pasado la borrachera. El poder es una novia bien celosa, más que una novia son muchos amantes, difícil de no enloquecer manejando tantas pelotas en el aire. El talento del alcalde era el de artista circense ataviado con un apolillado traje a rayas. Las pelotas…andaban por ahí. En su día, cuando la arruga del exceso de mando todavía no le marcó el rostro, fue un aparente muchacho, con ojos claros y cabello poblado. Su madre una beata del pueblo hacía que dos costureras le bordaran los tres nombres en toda la ropa, igual que a sus siete hermanos y hermanas. A cada uno de los cuales se les casó el día de su mismo nacimiento, nada más saber el sexo. No hacía falta preguntar por el consentimiento de la otra familia, en el pueblo cualquiera hubiera estado encantado de contraer nupcias con esa familia. Tanto unos como otros eran esclavos del qué dirán y de las apariencias.
Los ciudadanos comían, bebían y charlaban de sus vecinos. Los festejos se limitaban a esta actividad, aderezada por las pantomimas de los mismos, así que el presupuesto invertido por la concejalía de cultura era escaso, por lo que ese mes podían cobrar más sueldo.
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